Te olvidé.


Te  fuiste; pero yo me había ido mucho antes. No estuve ahí para verlo, ni siquiera te dije adiós, porque te había vuelto la espalda, y una vez más, no me giré para mirarte. Un día lo comprendí todo, o fue algo progresivo. No sé. Sólo sé que llegó un momento en el que me di cuenta de que aquello no era amor. No sé si es que fui muy tonta o es que hay sentimientos que se confunden con facilidad.
Aunque te olvidé, seguís siendo la música, los dados de veinte, los vodka con speed y las fotos sin flash.  Los pijamas a cuadros, los libros que estabas condenado a leer. Tu cara, lo que hacías con ella; tu sonrisa, tus guiños matadores.  Tu risa: su imagen y su sonido. El color azul. Las guitarras y los pianos. El heavy metal y el rock.
No me tomes por tonta. Te amé tanto que podría reconocerte aunque cambiaras de cuerpo y de voz y de rostro. Aunque no tuvieras los mismos ojos. Incluso si decidieras, por confundirme, ser amable conmigo, podría hacerlo.